#ElPerúQueQueremos

La otra cara de la moneda

Publicado: 2010-04-29

Yo también fui Josué para alguien. Quiero decir, una persona insistente que a la más mínima señal de compatibilidad me adosé al cuello de alguien, como un parásito que quería consumir todos aquello que tuviera su nombre, su marca, su sello. Él se llamaba Santiago y fue mi obsesión por tres años. Tres años de sus subidas y bajadas.

Yo ya era medio bipolar antes de conocer a Santiago, pero con él saqué mi bipolaridad a flor de piel. Ese chico me hizo descubrir a una Sofía que lindaba con el personaje de Glen Close en Atracción Fatal, al punto que llegué a odiar hasta a las mujeres que se le acercaban a pedirle un borrador en clase. Como toda buena obsesión, no estoy muy segura cuando fue realmente que sentí que éramos el uno para el otro. Esos recuerdos se forjaron a base del trato que tuvimos en las clases de la universidad. Cualquier cosa que hacía yo la sacaba fuera de proporción. Pensaba que era el inicio de algo.

Llegué a imaginar como sería estar con él, como sería su familia, su casa, cosas de ese tipo. Tampoco estoy segura de porque él y no cualquier otro. Hasta que conocí a Santiago nadie me había gustado con tanta fuerza. Si claro, había tenido uno que otro tipo que me había atraído, pero siempre me pasaba que cuando los conocía me decepcionaban y ya no me gustaban tanto, o simplemente desaparecían de mi radar (se mudaban, se cambiaban de colegio, se cambiaban de carrera) y ya no sabía más de ellos.

Con Santiago era diferente. Estudiamos lo mismo, así que siempre fue difícil olvidarme que existía. La cosa con él fue progresiva, ahora que lo veo desde este ángulo. Creo que la primera vez que vi a Santiago y me gustó físicamente fue cuando todavía estaba empezando la carrera. Habrá sido tercer o cuarto ciclo. Lo vi un rato nomás y me gustó al toque. No sé bien porque en realidad, ya que mis amigas nunca lo han considerado para nada. Algo tendría para mi, supongo. Pero ahí no comenzó mi obsesión.

Ya después, en quinto ciclo lo vi de nuevo. Siempre hacía planes para acercármele pero nunca los llevaba a cabo. Era extremadamente tímida y acercarme ha hablarle a alguien requería un esfuerzo y una logística impresionante. Jamás le hablé. Lo miré de lejos y comencé a anotar mentalmente cosas sobre él: era buen estudiante, no al punto de la chanconería, pero le iba bien, lo que quería decir que era inteligente. Así que me daban más ganas de conocerlo. Hasta que finalmente en sexto ciclo se dio la oportunidad. Era amigo de una amiga y pensé que ahora sí podría hablar con él, después de tanto tiempo. Yo fui la que entabló el primer contacto, por decirlo de alguna manera. Me costó, no voy a negarlo. Lo vi un día leyendo una revista en clase y me acerqué ha hablarle. De hecho, recuerdo que me senté a su lado, forzando un contacto físico y a decir verdad, algo conchuda. Bueno, quería hacer llegar mi punto de vista.

Todo pareció salir bien esa vez. Hablamos tonterías y se despidió. La pelota ya estaba en su cancha. Ahora él tenía que hacer algún avance. Y lo hizo. Poco a poco, pero lo hizo. Yo siempre he sido recontra tímida, al punto de la parquedad. Así que quizá un par de veces le contesté bruscamente. Pero supongo que dábamos vueltas uno alrededor del otro. Un día yo estaba parada fuera de clase y de pronto él se aparecía a un costado y me pedía encendedor. Según yo, era su táctica para hablarme. Luego de eso, podía entablar conversación o simplemente arrugar e irse a hablar con sus amigos.

Así era mas o menos siempre. Me tenía en ese vaivén emocional: un día podía ser sociable y entablar una conversación; otro día simplemente ni siquiera me saludaba. El colmo fue cuando una vez yo estaba fuera de un salón, esperando que acabe la clase anterior a la mía y de pronto lo veo venir por el pasadizo. Me preparé para saludarlo, pero él, sin decirme hola ni siquiera y con una brusquedad y tosquedad odiosas me preguntó por una amiga en común. Le dije que no la había visto y así como vino, se fue, sin decir nada más.

Hasta ese punto, podría haber acabado como cualquier otra de mis historias. Hubiera sido un chico más y no le hubiera dado importancia. Pero algo de pronto hizo clic dentro de mi. Por alguna razón sentí que lo había encontrado. The One, como dicen los gringos. El único, el primero. Digo primero, porque en esa época, cuando tenía 19 años (wasu... ¡hace seis años atrás!), yo era virgen y nunca había tenido novio. Dentro de mi mente de mocosa ilusa, yo pensé que con Santiago finalmente podría perder eso de la virginidad y aparte, matar dos pájaros de un tiro, y conseguirme un novio del cuál estuviera completamente enamorada. Con él habría completado la imagen perfecta que quería tener.

El me gustaba mucho. Era gracioso, ingenioso, bueno en la carrera, tenia amigos, era sociable y sí, a veces medio pavo e inmaduro, pero eso me parecía lindo. Poco a poco caí en cuenta que todos los días pensaba en él y que los momentos que me tocaba verlo en clase crecía dentro de mi una expectativa enorme, tanto así que nunca me perdí una clase y siempre que entraba a ese salón esperaba verlo, imaginaba como iba a saludarlo, que cosas podría decirle, me demoraba en vestirme, en arreglarme, en mostrar mi mejor cara.

Poco a poco esa imagen que tenía se fue cayendo a pedazos y me fui dando cuenta que hay cosas que no se pueden forzar. Como Josué -o quizás peor- me di con una pared  y salí tan magullada me costó mucho recuperarme. 


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El Mundo de Sofía

Esta es mi versión de la historia