A la mierda con la psicóloga
Hoy llegué a la conclusión que frente a una situación tengo dos tipos de reacciones: O lo doy todo por ello, o no doy nada en absoluto. Esta forma de ser extrema siempre me trae problemas y decepciones, pero no estoy segura que quiera "corregirme" antes de que acabe frustrada de la vida, como dice mi mamá.
En relación a esa conclusión sobre mi personalidad, he llegado a una nueva conclusión más: estoy harta de analizarme, pero no sé como carajo frenar mi cabeza. ¿Comienzo a tomar valium o xanax para dormirla y deje de joderme con esa vocecita (conciencia, que le dicen) que me sigue dando teorías sobre mi forma de ser sin que yo se los pida? ¿Soy una suerte de Sherlock introspectiva? Y a todo esto, ¿me sirve saber esas cosas sobre mi misma?
Como siempre, cada vez que uno descubre algo, se hace más preguntas y termina sabiendo menos de lo que sabía al principio. Luego me acordé, no se por qué, que de chica yo lloraba casi todo el tiempo, por cualquier huevada y que con el tiempo reemplacé esa hiper sensibilidad por mi tipico cinismo.
Un dato más: Odio a los psicólogos. Eso lo acabo de descubrir hace unos minutos. Realmente, ¿sirven de algo? ¿No será que a veces tenemos nuestras vidas tan acomodadas y como no sufrimos males físicos, buscamos tener algún mal emocional para que nuestra vida tenga sentido?
Ya basta con la introspección. A veces, en serio, no sirve un carajo. Quiero vivir, hacer cosas. Uno puede analizar, indagar, recordar, corregir hasta cierto punto. Soy un maldito ser humano. Estoy destinada al error, a la falla, inclusive al fracaso. Pero que mierda. No hay forma de no equivocarse, de no perder, de no fallar, de no fracasar.
La psicóloga me preguntó la última vez que tuvimos una conversación sensata que cosa quería ahora en mi vida, ya que he solucionado mas o menos los problemas que tuve al salir del colegio, ya que he cambiado y mejorado. Que cosa quieres, me dijo. Y no supe que responder en ese momento, pero creo que ahora lo sé.
Quiero tener algo mío, aunque eso signifique ahogarme en el intento. Quiero mi vida. Mis cosas. Mi mundo. Y sí, mis errores también. Pero quiero que sea mío. ¿Será que ya le perdí el miedo al fracaso? No lo voy a saber hasta que no lo intente. Y esta vez, con todo.
Antes de irme de nuevo, querido lector inexistente, compartiré una anécdota final.
Hace tiempo llevé un curso corto de teatro. Lo necesitaba. A veces siento que hay muchas voces dentro de mi que tengo que sacar. Al iniciar ese curso me prometí a mi misma no tener miedo. No tener miedo de hacer lo que quisiera, de decir lo que quisiera, de hacer el ridículo. Casi todos los que estábamos ahí teníamos la misma premisa. A unos les costó más que otros. Algunos se retiraron. Otros como yo, nos quedamos hasta el final. Después de eso, la gente me preguntaba cómo se quitaba el miedo para salir a hacer cualquier huevada frente a un grupo de gente, improvisar y eso. Realmente no hay una fórmula, dije, solo lo haces.
Y sí, es cierto. No hay otra forma de sacarse el miedo al ridículo. Solo vas y lo haces. Luego lo vuelves ha hacer. Y lo haces cien veces más. Y son tantas las veces en que lo has hecho, que ya no te importa si te rechazan una vez más.
Da miedo, siempre, pero la gente valiente no es la que no siente miedo, sino la que lo domina.