Recordar es volver a sufrir
El día que mi mamá me recomendó que me olvidara de Santiago fue un dia de invierno, sentadas en un sillón de Starbucks, tomando un café caliente que no terminaba de entibiarse.
Habíamos ido ahí para tomar un corto receso de un trabajo super importante que tenía que entregar a final de ciclo. Era mi último ciclo de la carrera y por una serie de eventos desafortunados, me encontraba tratando de salvarme de repetir todo el ciclo nuevamente y atrasarme aún más (ya llevaba un año de atraso).
Todo se me juntó ese ciclo. Lo de Santiago, problemas en la universidad, rivalidades idiotas con gente que cursaba conmigo, y encima, 10 kilos que había subido y no podía bajar con nada. Yo era la definición de "Hasta las huevas" en persona. Nada podía irme peor. Hasta el último momento estuve luchando contra las ganas de tirar todo y dejarme ir, de que la depresión se apoderara de mí, de dejar que todos me aplastaran con sus respectivos pesos.
Felizmente sobreviví. Pasé rasando, pero PASÉ. Terminé esa mierda y comencé otra etapa, la de recuperarme, de sanar las heridas, unas mas profundas que otras, recapitular, analizarme y todo aquello que uno hace cuando la tormenta ha pasado y de pronto tienes tiempo para pensar en la dirección que va a tomar tu vida.
Yo sinceramente creo que ahí fue donde el cambio que se gestaba en mi por fin dio la vuelta final. Igual, de todas las cosas que tuve que sopesar ese ultimo ciclo, la mas pesada fue, la de Santiago.
Porque fue la que más me duró, la que más trabajo me trajo, la que no podía controlar. Si bien tuve que romperme el lomo para llegar a la entrega final de mi proyecto ese último ciclo, y tuve que reclutar a todos mis amigos cercanos y no tan cercanos para que me apoyaran, y me amanecí no se cuantos días seguidos, todo eso es controlable.
Podía medir cuanto esfuerzo me costaría superar ese problema, y era algo tangible, algo medible. Un número determinado de planos, un número determinado de horas, un número determinado de amigos (ja-ja), un número determinado de días que voy a vivir menos (por cada amanecida, dicen que uno tiene un dia menos de vida), entre otros.
Pero con Santiago, era una montaña rusa del terror. Un día me levantaba y ni siquiera me acordaba que existía. Otro día lo tenía presente desde que abría los ojos. Lo peor era todavía encontrarlo en la universidad. Habrán sido un par de veces máximo, pero eran devastadoras para mi estabilidad emocional. Aunque a veces ni siquiera me hablaba, su presencia me desestabilizaba. Y era algo que no podía controlar. Y el tiempo que me costó superarlo no se podía medir. Y las horas que me obsesionaba analizando las cosas que podía decirme o las cosas que hacía, horas perdidas que siempre me llevaban a conclusiones rayadas.
Ese día en el Starbucks fue la primera vez que tomé conciencia que esa cosa que tenía con él no iba a ningún lado. Si no hubiera sido por mi mamá, probablemente ahora estaría todavía pensando en él. Si no hubiera sido por esa llamada de atención sobre un problema obvio como ése, hasta ahora seguiría jurando que esa mirada, que esas palabras, que ese momento (cualquier momento) eran señales de que algo podía existir entre ambos, que yo debía seguir tercamente insistiendo.
Ahora que ya todo pasó me doy cuenta que Santiago no era perfecto para nada. Ya sé que eso suena medio absurdo, es decir, ¿quién es perfecto? Pero cuando uno anda en esos rumbos de la vida, la otra persona le parece simplemente perfecta, todas esas grietas que tiene increíbles, esos errores que encontramos maravillosos, cositas que lo hacen humano pero igual de agradable. Si en esos días me hubieran visto la cara de estúpida que tenia cada vez que veía a Santiago, probablemente me hubieran alucina una completa idiota.
Lo más triste de todo no era que yo encontrara a Santiago perfecto, y que estuviera total y completamente segura de que éramos el uno para el otro, sino que si él me ignoraba o me trataba mal, yo asumía automáticamente que había hecho algo malo, aunque a simple vista pudiera constatar que él era el loco bipolar de mierda y yo simplemente estaba ahí de víctima colateral.
No sé que me pasa con Santiago, porque me gustó tanto. Mi mamá cree que fue ese juego del gato y el ratón (un día estamos bien, el otro mal), que fue el inicio de mi ruina total. Ya no quiero saber. Ya analicé mucho ese asunto. Ya me di cuenta que no va a ningún lado. Siempre vamos a terminar en el mismo lugar.
Otra de Gus. Esperando su pronta recuperación. ¡Te veremos volver!